Basta salir a la calle o visitar un gran almacén de ropa para comprender que nuestra época no pasará a la historia por la calidad y la belleza del vestuario. Hoy día, moda, diseño, decoración, arte, arquitectura apuestan por la fealdad. No es la primera vez que esto sucede. Ya en la antigua Grecia existían los acalófilos o amigos de lo feo. Pero sí es la primera vez en la Historia en que el mal gusto se ha convertido en el gusto dominante. Hay hasta revistas especializadas en divulgarlo. «Grandes» diseñadores de moda aparecen en público vestidos como adefesios o mamarrachos y nadie osa decirles nada. Aún no ha aparecido el niño que se atreva a decir: «El emperador no lleva ningún traje, va desnudo», porque todos los aceptamos como correctamente vestidos. En la sociedad actual, nadie se arriesga a opinar por miedo a «no tener gusto», a no tener el gusto que se nos impone.

¿Y por qué se nos impone el mal gusto? Aquí va una hipótesis: hace tiempo que los vendedores y fabricantes se han dado cuenta de una cosa. Si fabrican ropas u objetos bellos, la gente se encariña con ellos y los mantiene mucho tiempo, y eso va en contra del negocio del despilfarro. Es preferible fabricar objetos y vestidos feos, y venderlos como si fueran bellos. El engaño durará unas semanas o unos meses y finalmente el comprador los tirará a la basura, y rápidamente irá a comprar otro nuevo vestido que en las pasarelas le habrán presentado como «moderno» «cool» «trendy» «top», aunque sea una aberración del gusto o una horterada mayúscula.

 

Carlos Osorio.