Así éramos, al menos eso es lo que yo recuerdo de la segunda mitad del siglo XX.
Los madrileños éramos bastante cotillas. Vivíamos pendientes de la vida de los demás.
Mirábamos con extrañeza y descaro a quien vestía diferente, tenía unas costumbres, un color, un peinado, una vida sexual, diferentes a lo habitual.
Si algo positivo tiene la globalización, es que ya no somos tan cotillas, incluso creo que ahora somos bastante respetuosos no solo de fachada, sino por convicción.