Una tras otra han ido cayendo las cafeterías históricas del centro de Madrid.
Decimos adiós a un modelo que hizo historia, el modelo de cafetería elegante y de calidad donde los madrileños nos juntábamos sin prisas con amigos y familiares para compartir ratos de café y conversación.
Es verdad que sigue habiendo cafeterías, pero la mayoría son lugares de consumo y de paso.
Al igual que desaparecieron los grandes cafés de la Puerta del Sol y de la calle de Alcalá (recordemos que solo en la Puerta del Sol hubo siete cafés de tipo histórico-artístico), las cafeterías de Gran Vía y Alcalá, testigo del Madrid vital y cosmopolita de la segunda mitad del siglo XX, han caído.

Manila, Fuyma, Zahara, y Nebraska, desaparecen como desaparecieron California, Alaska o Riofrío
Con ellas no solo se pierde un tipo de negocio, se pierde parte de la historia viva de la ciudad.
También se pierde un modelo de atención al público basado en el trato y la calidad y variedad del producto:
camareros profesionales que atendían al cliente con cordialidad y sin prisas, desayunos y meriendas al estilo autóctono, productos de calidad.
Nada que ver con las franquicias despersonalizadas, con empleados subcontratados y mal pagados, donde te tienes que servir tú, donde ya no te ponen el café en una taza de loza, que es como sabe bien, te lo ponen en un biberón de plástico con el que te quemas los dedos. Con el té otro tanto, te lo ponen en una bañera para que te entretengas pescando la bolsita. Y la bollería tradicional española pasa a ser bollería industrial (50% grasa y 50% azúcar)
El cierre de la cafetería Hontanares en 2021 (que llevaba abierta desde 1966) convierte la salida de Madrid, en la avenida de America, en un desierto inhóspito.
Lo importante es recordar los valores de estas cafeterías para que las nuevas generaciones los conozcan y puedan recuperar lo que mejor les parezca de los modelos clásicos.